Sabina Urraca es una mujer que ama las palabras, que odia escribir, pero que adora haber escrito, como dice una de sus citas favoritas de la escritora Dorothy Parker. Nació en San Sebastián, se crio en Tenerife, más tarde se fue a Madrid para estudiar una carrera universitaria y la capital la enamoró. Su primera novela Las niñas prodigio salió a la luz en 2017 tras muchos artículos de periodismo publicados en revistas y periódicos nacionales con un estilo muy narrativo y literario, y, a partir de ahí, talleres, nuevas novelas y también tareas de edición. Me gusta Sabina, me interesa lo que hace y su escritura es valiente, divertida, sórdida, sincera, visceral y muy personal.
Siempre quisiste ser escritora, sin embargo, eso que estaba tan dentro de ti y que tenías tan claro, costó algunos años y experiencias profesionales poco gratificantes para que se hiciese realidad. Fue una vocación clara, pero las exigencias y la perfección fueron barreras que te costaron sobrepasar ¿Crees que la intuición, ese algo interior que nos impulsa por caminos no racionales y que muchas veces nos paraliza de miedo, tiene algo de espiritual? ¿Por qué nos cuesta tanto hacerle caso?
En mi caso, la intuición estaba rota, o había una rotura entre la escritura y el impulso de llevarla a cabo. Es decir, yo sentía la emoción de escribir, tenía las ideas, tenía el impulso, pero un miedo atroz a que nada saliese como lo imaginaba me paralizaba. Le pasa a muchísima gente en muchísimos campos. Con respecto al proceso de escritura, hay un momento, ese en el que surgen las ideas, en el que sí que siento esa especie de inspiración venida de algo ajeno a mí, como si un algo invisible me dictara cosas. También cuando estoy muy enfrascada en la escritura surge esa emoción que podría emparentarse con la idea de musa o de cuchicheo divino que te va diciendo lo que debes hacer. Sin embargo, el proceso en sí, el planificar, estructurar, sentarse a escribir, concentrarse, es algo profundamente terrenal, una cuestión de capacidad de calma y voluntad. Resumiento: Creo que es fácil tener intuición, sentir la llamada de la escritura, pero muy difícil conseguir que esta intuición se materialice en algo real y tangible.
He leído y escuchado en varias entrevistas tuyas que haces referencia al alma del ser humano, a las afinidades espirituales, pero también afirmas que no eres religiosa en absoluto. Comparto mucho esta visión tuya de la vida ¿podrías explicarme, (si no has hecho ya en la anterior pregunta) como distingues lo espiritual de lo religioso?
Es difícil para alguien que se dedica a la escritura no creer o vivir un poco en contacto con un algo espiritual, no narrarse la vida como algo literario en lo que incluso lo que no tiene ninguna explicación termina teniéndola dentro del relato mental. Es como si todo lo vivido, escuchado y observado se transformase en un cuento. La literatura nos conecta inevitablemente con cuestiones como el destino, la señal, la casualidad. Desde pequeña, aunque crecí en un ambiente absolutamente laico, sentía la necesidad de creer en algo. Desde el principio tuve claro que la religión era algo para sostenernos como fuera en la vida y que las personas, tan distintas unas de otras, no podíamos compartir un mismo dios. Me inventé un dios y le rezaba a mi manera. Había incluso unos versos que repetía y que aún a veces digo en voz baja. No sé si en algún momento llegué a creer realmente, pero aun hoy sigo sintiendo esa necesidad de saber que todo sucede por alguna razón, que hay un relato con sentido sosteniendo la oscuridad de la vida. Pero supongo que lo único que tengo realmente es eso: la literatura, que es capaz de ordenar la vida de forma que esta cobre sentido.
Saliste de Tenerife y te fuiste a Madrid a estudiar Comunicación Audiovisual una carrera que desarrolla capacidades en el universo de la imagen y no en el de la palabra ¿qué te impulsó hacia esa elección? ¿qué importancia le das a los estudios universitarios para el desarrollo de las habilidades innatas? ¿Es necesario salir de las islas para crecer?
Estudié Comunicación Audiovisual en la Complutense y Guión en la Escuela de Cine. Me habían dicho que era imposible dedicarse a escribir, que de eso no se podía comer, así que opté por lo que era mi segunda opción con respecto a contar historias, que era el audiovisual. No me gustó nada, no terminé nunca de encajar en todo aquello. Después, durante varios años, trabajé en televisión y publicidad. Fue un alivio poder dejarlo y encontrar la manera de vivir de escribir. No puedo decir que me arrepienta de haber estudiado audiovisuales, pero ojalá hubiese encontrado antes el camino que quería seguir. Mi experiencia en la enseñanza oficial ha sido penosa. La universidad me parece absolutamente prescindible. La sentí como un lugar en el que estar ocupada hasta que llegase el momento de reaccionar. Con respecto a lo que comentas de salir de las islas para crecer, no creo que sea necesario en absoluto. Para mí fue muy duro llegar de una ciudad pequeña y amable como La Laguna a ese monstruo de mil cabezas que es Madrid (y que ahora amo muchísimo). Pero creo que esas dificultades iniciales que obligan a crecer a golpes también pueden vivirse en el lugar de origen, sea este grande o pequeño. Sí que hay algo que ha marcado mi vida, y es ese «no ser de ningún sitio»: Nací en el País Vasco y cuando tenía cinco años nos mudamos a Tenerife, de donde es mi madre, pero a los dieciocho me fui a Madrid. Tengo una identidad un poco revuelta, y juego con la desventaja de no ser considerada ni una escritora vasca ni una escritora canaria. Todos los lugares son exóticos para mí, en todos sitios -salvo quizás en los últimos años en Madrid- he sido una extranjera. Eso me ha aportado una mirada permanentemente en viaje, la curiosidad de la que no pertenece, y es bueno para escribir.
También estudié en la Complutense algunos años antes que tú, y aunque la experiencia la recuerdo como algo muy deseado, divertido y enriquecedor también descubrí momentos duros y cambios en mis percepciones de la vida. ¿Cuáles fueron las sensaciones que te produjo tu nueva vida en Madrid en comparación con lo experimentado en Tenerife?
En Tenerife tenía mi pequeño lugar, mi ciudad, mi instituto, mis amigos, mis sitios conocidos. Madrid, en cambio, me resultaba inabarcable. No era nadie allí, no había una posición predeterminada que me sostuviera. Hubo un momento en el que no había un arraigo con Tenerife, porque me había ido alejando, pero tampoco terminaba de haberlo con Madrid. Viví perdida en esa sensación durante algunos años. Poco a poco, he ido estableciendo una relación muy estrecha con Madrid y también se ha ido restableciendo la relación con Tenerife, que sigue siendo mi raíz principal.
Sé que vas por la vida con un ansia loca de aventuras y que te pasan cosas raras…¿Hasta dónde llega ese impulso vital tuyo? ¿Cómo llevas la soledad del escritor?
Siento por el mundo la curiosidad lógica de alguien que se dedica a ficcionar sobre las cosas que existen. Todo es susceptible de transformarse en un trozo de un libro o de ser narrado para otros. Tampoco creo que me pasen cosas raras. Simplemente miro, escucho y persigo las cosas con un poco más de atención de lo normal. Annie Ernaux dice en su último libro: «Porque ver para escribir es ver de otra manera. Es distinguir objetos, individuos, mecanismos, y otorgarles valor de existencia». Es exactamente así como lo siento.
Eres una lectora apasionada de los cuentos, de los relatos que te hacen sentir mal, de las historias reales que pueden ser sórdidas y divertidas al mismo tiempo y de la ironía ¿qué tiene el arte del cuento que lo hace tan atractivo para ti? ¿qué aporta el sentido del humor a la comprensión del mundo?
Me gusta que las cosas me revuelvan, hacia un lado o hacia el otro, hacia la oscuridad o hacia la risa. Creo que consumir muchos productos de ficción provoca un gusto por una suerte de vida novelesca: grandes puntos de giro, actos dramáticos, cierres espectaculares, carcajadas, desesperación. Es difícil buscar o inventar grandes historias de cara a la escritura y no verse imbuida por el tono de esas historias que se buscan. Las personas y los escritores que más me han tocado la fibra humorística han sido o son, en general, seres profundamente desesperanzados. La mirada cómica que me interesa viene muchas veces de una consciencia profunda del mundo y la gente, una consciencia que muchas veces lleva también aparejado el sufrimiento.
Como lectora he pasado de la novela de ficción en exclusividad a preferir la no ficción y el ensayo. Si indago en ello, creo que tiene algo que ver con una saturación de tanta imagen e historia hueca de esta era digital. Tienes buena relación con las redes sociales, aunque también has tenido malas experiencias ¿hasta qué punto sabes controlar tu conexión con el mundo a través del móvil? ¿Cómo lo haces?
Mi relación con las redes sociales está llena de alegría y, al mismo tiempo, un asco profundo. Lo mejor y lo peor de nosotros sale a relucir en las redes. Es como un escáner del alma en el tiempo presente. O quizás más bien un sumidero en el que han quedado atascados los restos de una fiesta: repugnante, pero maravilloso en cuanto a la información de la que nos provee. Esto, para alguien que escribe, tiene un valor incalculable. Y después está esa parte peligrosa de la gente que se cree que por leer tu Instagram ya te conoce, esa cercanía que está muy bien a veces, pero que en otras deviene en mensajes bastante torpes, atrevimientos. Es bastante disparatado. El otro día presenté el libro de una amiga y la charla se retransmitió por varias plataformas. Hablamos de escritoras que admiramos, de esa tendencia a poner el foco en el sacrificio y la desgracia de sus vidas, olvidándose del placer y los buenos ratos. Al día siguiente, un tipo me escribió para decirme que la charla no había estado mal, pero que el negro y el azul no combinan bien. Me río con estas cosas, pero estas salidas de tono son constantes. Las redes ofrecen una sensación de familiaridad que a veces deviene en comentarios fuera de lugar.
Tus novelas salen de la propia vida, describen una historia que a veces tiene retazos autobiográficos y tus colaboraciones periodísticas son tan reales y pegadas a la tierra que enganchan ¿te consideras una contadora de historias que se divierte con la escritura? ¿la literatura es realmente eso o necesita ser moralizante y trasladar un mensaje al lector?
Sólo parte de mis historias sale de la propia vida. Si nos ponemos estrictas, podríamos decir que es una parte muy pequeña. Que algo ofrezca la sensación de realidad no significa que sea realidad. De hecho, muchas veces escribir consiste precisamente en eso: ofrecer una gran sensación de verosimilitud, convertir toda esa ficción en una realidad en la cabeza del lector.
En los últimos años, la exigencia de lanzar un mensaje o transmitir una ideología en una novela es agotadora. Siento que el gusto por la literatura se ha diluido y lo que buscan muchos lectores es una identificación directa, un libro que les apele y transmita lo que ya piensan. Pau Luque dice en su libro Las cosas como son y otras fantasías que quienes temen la ficción, o, mejor dicho, quienes temen que los lectores sean incapaces de distinguir entre mentira y ficción, son los ángeles exterminadores del arte. Estoy completamente de acuerdo.
Como periodista has entrevistado a grandes personajes, a veces verdaderos ídolos para ti, como la que realizaste a Limónov publicada en la Revista VICE y cuya lectura recomiendo (me enganché a la historia y lo pasé realmente mal mientras reía y leía cada una de sus líneas) ¿Algún momento con algún entrevistado que disfrutaras y te hiciese sentir ¡guau, estoy aquí!?
Hace dos años, poco después de entrevistar a Limónov, Cinemanía me envió a Los Ángeles a ver un primer montaje de Joker y entrevistar a Joaquin Phoenix. Entre el resto de periodistas que también habían viajado a ver el preestreno y hacer entrevistas corría la voz de que el actor era un tipo difícil, que muchas veces se largaba de las entrevistas o se enfadaba con los periodistas. Iba absolutamente aterrorizada, con el poso de lo de Limónov aún removido. Phoenix fue absolutamente encantador. Recuerdo estar charlando con él en la habitación de hotel en la que se celebraba la entrevista, viendo las letras blancas de Hollywood por la ventana, y pensar: No es posible que esto esté pasando. Después de la entrevista subí a la azotea del hotel, me bebí tres piñas coladas en la piscina y me dio un ataque de risa de puro alivio.
En 2020 te conviertes en la `Editora por un libro’ de Editorial Barrett, y eliges la obra de una canaria, Andrea Abreu (Icod de los Vinos, Santa Cruz de Tenerife, 1995) con la obra Panza de burro. La novela va por su doceava edición con más de 30.000 ejemplares vendidos. Conociste a Andrea en un taller que impartías de escritura literaria en la escuela Fuentetaja y tu labor de edición abarcó desde la idea de convertir unos relatos en un libro, el apoyo a la escritora con el estilo y el ritmo narrativo hasta la recomendación estética para su portada.
¿Hubo en esta iniciativa tuya un impulso de dar a conocer la intrahistoria de las islas y de su mundo femenino fuera del Archipiéalgo? ¿crees que hay poco interés en la península sobre lo que sucede en Canarias más allá del exotismo paradisiaco del sol y la playa?
El haber sido una niña vasca en Canarias y después una canaria en Madrid, y más tarde, llevando ya tiempo en Madrid, una goda en Canarias, ha hecho que mi mirada sobre todos estos lugares no abandonase del todo la visión de la viajera, la curiosidad de la extranjera. Creo que esto, aunque a nivel identitario ha sido y es enloquecedor, ha aportado mucho a mi visión de las cosas. Tenerife es el lugar donde crecí, y, sin dejar de sentirlo hogar, a veces me descubría mirándolo con la fascinación de alguien que llega de nuevas. Recuerdo ser muy pequeña y darme cuenta de que mi isla era un lugar especial, fuera de lo común, a veces cercana al realismo mágico de algunos libros que empezaba a leer en aquel entonces. El habla, los paisajes, las historias de la gente, la emoción que sentía a veces al pensarme rodeada de mar… todo eso no ha dejado de fascinarme en ningún momento, y siempre he sentido una rabia inmensa cuando alguien externo ha reducido las islas a esos cuatro lugares comunes: sol, playa, papas, mojo, guagua, y poco más. Es desolador. Las islas me parecían y me parecen un lugar tan fascinante, con un habla ran rica, que me parecía imposible que algún escritor joven no hubiese captado ese brillo salvaje. Veía tantos autores latinoamericanos aprovechando de forma bestial la riqueza de su entorno y su habla, y sentía que en Canarias era como si nos hubiésemos dejado el grifo del barril abierto y todo ese vino se estuviese perdiendo. Encontrar a Andrea en uno de mis talleres y leer lo que más tarde sería el primer capítulo de Panza de burro fue una alegría inmensa. Poder ser un apoyo en la creación del libro y publicarlo ha supuesto una de mis mayores satisfacciones porfesionales y personales. Se han conjugado mi objetivo como editora que quiere editar algo así, el de la escritora que desea leer algo así y el de la canaria que sabía que era necesario que existiese un libro que abriese la puerta a ese mundo. Ahora mismo estoy editando un libro de otra autora canaria, una escritora de un talento arrollador. Me hace muy feliz pensar en la posibilidad de que esto sea el principio de algo más grande, quizás de una corriente literaria que hasta ahora estaba activa, pero un poco dormida, como el volcán.
Cuando vuelves a Tenerife, a Canarias ¿Qué ves?
Voy dos o tres veces al año, y en verano paso el máximo tiempo que puedo. Siento que nunca termino de explorar la isla, que siempre hay algo que me queda por conocer. Soy obsesiva, vuelvo muchas veces a los mismos sitios buscando las mismas sensaciones. En Canarias veo un lugar con un talento desbocado, un escenario mágico, y también, en algunos momentos y lugares, un descuido inmenso a la hora de valorar esa magia. Al mismo tiempo, este descuido me parece el signo de una autoconsiencia algo diluida, y esto aporta cierta belleza. Canarias es un universo que mantiene ese encanto especial precisamente porque no es del todo consciente de su encanto, como una persona bellísima y fascinante que lo es aún más porque no es consciente de que lo es. Me dan un poco de grima las ciudades que se saben bellas y se muestran seguras de sí mismas. Creo que lo verdaderamente rico es la duda, la contradicción, la esquizofrenia visible de los lugares. En escenarios así es donde suceden las historias.
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